A
pesar de la lucha de Raúl y sus compañeros por demostrar los grandes beneficios
que obtuvo su empresa, ésta echó su cierre.
Sin
darse cuenta, Raúl llegó a una situación desesperada. En la separación le cedió
todos los bienes a su mujer; no quería que le faltara nada a su pequeña de dos
años.
Su aspecto había cambiado
notablemente: su cabello largo, la barba descuidada, una mirada taciturna y un
rictus en su boca, delataban una amargura interior desaforada. Únicamente
parecía despertar de su letargo, cuando se forjaba proyectos de venganza contra
los causantes de su desgracia. Tan sólo necesitaba 2084 piedrecillas de oro, lo
necesario para sacarse un billete a tierra de nadie y hacer factible su
represalia. Al día siguiente ve con agrado arder la fabrica que le robó su
vida.
Su
amigo lo estaba ayudando a salir de aquella zona. Un lugar donde sus
gobernantes hacían caso omiso a las quejas de sus ciudadanos.
- No te hagas mala sangre. - Le
decía su amigo.
- Estamos en el año 3015, y no
hemos aprendido nada de lo ocurrido hace cien años. - Le dice Raúl con
tristeza.